25 de junio

Una certeza
Sonó el despertador, pero no había
podido asegurar que sus avisos
los oyese despierto o sólo en sueños,
ni tampoco el susurro:
“Vamos, Andrés, despierta”,
que me envolvió por dentro.
Le dije que debía
acabar de soñar lo que estaba soñando
y que sólo después despertaría,
aunque no lo tuviera ya por sueño,
pues sabía que aquello que tan firme
me parecía entonces,
era más que real, era verdad.
Apenas empezaba a amanecer.
El reloj lo entendió perfectamente
y ordenó a su tictac guardar silencio.
Una hora más tarde abrí los ojos.
Me extrañó al despertar que algo tan vívido
hubiera sido un sueño,
y aún medio dormido tuve incluso
que hacer un gran esfuerzo y recordar
que mi padre había muerto.
De las muchas palabras que me dijo,
sólo recuerdo tres, y susurradas,
“Andrés, vamos, despierta”,
igual que cuando en vida me llamaba
para ir de madrugada al Páramo
a trabajar la tierra o en agosto de caza.
Comprendí que decía: “Antes que el día
nos borre como el mar la impronta
de unos pies en la playa,
levántate y recuerda nuestro encuentro,
anótalo si crees que podrías
sin querer olvidarlo…” Y eso hago.
Puedo dar fe del paraíso: existe.
Y que tendré yo también mis coloquios,
cuando ya me haya ido, con aquellos
que dejaré en la vida
y a los que amé en el alma, no lo dudo,
como tampoco que mi padre vino
ayer a estar conmigo.
Una certeza, en Y, de Andrés Trapiello.
Una certeza, sí. Ayer vino a estar conmigo, y noté que me decía: “Ernestina, vamos, despierta”. Y sentí una suave caricia en la mejilla.