Comerse la alegría

Hace unos meses que vi esta película en el cine y sigo dándole vueltas. Confieso que he leído críticas muy buenas, y, otras no tanto, sobre este largometraje de Paolo Virzì, llamado Locas de alegría; pero lo cierto es que me encantó, me pareció tierna y conmovedora.
La historia gira alrededor de dos mujeres que se encuentran en un centro de internamiento, dos mujeres que no se parecen en nada, pero se hacen inseparables, y se ayudan mutuamente porque se entienden con sólo un gesto, con sólo una mirada. Ambas están desesperadas, tienen miedo, están solas y sienten un deseo arrollador por muchas cosas, entre ellas, salir de donde están. Supongo que todos hemos sentido todo eso alguna vez, sobre todo, ese deseo:  lo que necesitamos para conseguir algo que verdaderamente queremos. También hemos sentido la soledad insondable, el miedo y la desesperación, incluso el vacío, la nada.
Sus ganas son tan grandes que todo lo hacen posible, consiguen en buena medida lo que quieren, y aunque no sabemos que pasará, tengo para mí que su amistad permanecerá siempre: por eso vale todo la pena.  La historia es una mezcla de triste alegría, de conmovedora pasión, de un vitalismo desgarrador.
Esta receta* también es vital, alegre y positiva: un típico ajoblanco tradicional con toques diferentes: anacardos en lugar de almendras, y una flores comestibles (que me han conseguido mis amigas de Red Verde)  que provocaran en nuestro paladar una explosión de alegría. Podría ser una receta triste, aburrida y monocolor, sólo hay que añadirle algo de deseo y pasión, et voilà. Como dice Milena Busquets "un poco de frivolidad para que no cunda el pánico". ¡Hagamos eso con nuestras vidas!
 
Por cierto, estos días ando comiéndome la alegría porque he empezado a colaborar con Food to meet you  un"Contemporary healthy magazine" al que os recomiendo que le echéis un vistazo 😉
 
*La receta es una versión de Veggie Boggie, tenéis esta y otras cremas frías para este verano si os suscribís a su blog. ¡Aprovechad!