En julio lo dejamos en la amistad y en los versos de Goytisolo: “como la piedra, amigos” y en eso seguimos, en los amigos. Hace tiempo que quería hablar de eso, de la amistad, sobre todo entre mujeres y a propósito de una película, seguramente conocida por muchos de vosotros, Frances Ha.
Frances Ha (2012) está dirigida por Noah Baumbach, autor de Greenberg, Lola Versus y la más reciente, Mistress America. La protagonista es Frances (la genial Greta Gerwing), una mujer que se acerca a la mediana edad, pero que aún mantiene su vida abierta, es decir, que parece no haber ingresado en el mundo de los plenamente adultos (al menos según los estándares sociales): sin trabajo fijo ni pareja fija, sin domicilio fijo e incluso sin deseos fijos. Es bailarina aunque nunca llegará a ser una estrella mundial; tiene novios, aunque ninguno es el hombre de su vida; tiene un apartamento compartido que debe dejar, y no sabe muy bien qué quiere. ¿Qué quiere? Tanto que nunca llegará a conseguirlo.
Frances: Cuéntame nuestra historia Sophie: ¿De nuevo? Está bien Frances. Vamos a llevarnos el mundo por delante. Frances: Vas a ser una genial magnate de la industria editorial. Sophie: Y tú serás una famosa bailarina moderna. Y publicaré un libro muy caro sobre ti, que las d-bags de las que nos burlamos pondrán en sus mesas de café. Frances: Y seremos co-propietarias de un apartamento de vacaciones en París. Sophie: Y tendremos amantes. Frances: Y sin hijos. Sophie: Y hablaremos en las graduaciones de la universidad. Frances: Y doctorados Honoris Causa. Sophie: Tantos títulos honoríficos.El hecho de no fijar los deseos, de mantener todas las posibilidades abiertas hace quizás que no alcance ninguno de ellos, que todas esas posibilidades se queden si realizar: cumplir un deseo sería dejar otros; escoger un camino definitivo… dejar otros para siempre. Esa es quizás la paradoja de la libertad a la que parece no querer renunciar la protagonista; pero al no renunciar, renuncia a la vez a hacerla real. Sí, puede tenerlo aún todo, pero eso implica que no tiene nada entre sus manos. Dos amigas inseparables que se separan, llenas de deseos, de tantos deseos e inquietudes, que todos se desvanecen rápido, como una tormenta de verano. Este desvanecerse de los deseos no es, sin embargo, algo que la haga crecer. En algún momento de nuestras vidas—a cada uno en un momento diferente, pero siempre se trata de un momento—nos alcanza la hora de tomar una decisión (¿sopa fría o caliente?,¿manzana o melocotón? ¿té o café? por supuesto, café): renunciar a elegir es, me parece, renunciar a vivir. Elegir—hacerse—tiene, desde luego, un precio: no seremos otros, no viviremos otras vidas. Los amigos, los verdaderos, son testigos de nuestras vidas, pero no están en ellas sólo como tales, sino como aquellos delante de quienes nos manifestamos como realmente somos, sin caretas. Por eso amigos son los que nos acompañan, sin traicionarnos, pero también sin halagarnos. y no es fácil, pero quizás precisamente por eso es tan hermosa la amistad. Hay un momento de la película en que Frances y su mejor amiga, Sophie, se toman una cerveza en el balcón de su apartamento de Manhattan. Se trata del momento culmen de su relación, a continuación, poco a poco, ese lazo se irá desdibujando, en parte por las tijeras con la que lo corta Sophie; entonces, ya sí, Frances comenzará a tomar sus decisiones. Imaginad que la cerveza es el polo de chía y kiwi (uno de esos superalimentos que ahora se llevan tanto. Si queréis saber la verdad sobre ellos, echad un vistazo a esto), pues eso.