Hace ya unos años que se estrenó esta película, por cierto, ganadora de un Globo de Oro a la mejor película extranjera; y yo aún no la había visto. Sin embargo, un día apático de este verano me lancé a por ella, sobre todo gracias a mi amiga Marjory. Como muchos sabréis la historia es preciosa: en un barrio a las afueras de París vive un niño judío con su padre, quien lo maltrata para finalmente abandonarlo. Momo, el niño, está obsesionado con las prostitutas que trabajan alrededor de su casa, y compra los alimentos con los que le prepara la comida a su padre en la tienda del señor Ibrahim; un musulmán que observa todo lo que le sucede al pequeño. Seguro que a estar alturas ya todos habéis adivinado que hablo de El señor Ibrahim y las flores del Corán.
La relación entre ellos se vuelve tierna y generosa: se entienden a la perfección, incluso el señor Ibrahim da a Momo algunos trucos de cocina para deleitar a su padre, aunque también para "jugarle" pequeñas pasadas cuando e lo merecía. Por eso, he pensado en los "falafel" una receta que une países y culturas, que atraviesa fronteras y ha llegado a ser universal. Parece que esta especie de croqueta nació en la India aunque la palabra es de origen árabe (según he leído significa pimiento). Actualmente se come en todo el mundo y se suele acompañar de humus o salsa de tahina.
Lo curioso de la película y de la relación entre estos dos personajes es cómo dos culturas diferentes, en muchos sentidos enfrentadas, pueden encontrar puntos en común y, no sólo eso, también convertirse en grandes aliados. Eso mismo es una de las cosas que puede conseguir la comida: la unión entre personas, la confraternidad entre ideas distantes, la hermandad entre culturas; a pesar de que se disputen su origen. La comida es unión, hermandad, un vínculo que nos une a algo que considerábamos remoto. Podría decirse que la comida es un puente y no un muro: así, por ejemplo, le pese a quien le pese, los tacos o las enchiladas mexicanas son populares en los EEUU y si alguien se empeñase en la idiotez de construir un muro, ¿dejarían de comerlas? Sé que a veces platos de otras culturas se nos pueden resistir, pero sentarse a comer con otros, compartir la mesa, es una de las formas más hermosas de compartir la vida.
En mi caso he hecho unos falafel veganos en el horno, acompañados de salsa con yogur natural de soja y pepino, sustituyendo a la más típica de tahina; como veis, me salgo totalmente de la establecido porque eso también es la gastronomía. Y os aseguro que es una delicia.