¿Es posible comer arte? ¿Es posible comer una obra de Rothko? ¿Nos hace bien por dentro? ¿Nos hace bien comer una obra de Rorthko? ¿No sana por dentro? ¿Nos tranquiliza? ¿Alivia nuestra ansiedad?
Ya he hablado muchas veces de Mark Rothko (aquí y aquí), es una de mis obsesiones. Me atrae la pintura de Rothko, es cierto, pero también su personalidad atormentada, su vida y cómo transformó su sufrimiento en maravillosas obras de arte. Veo su obra en muchas ocasiones, pero también de muchas maneras: en un paisaje, en un atardecer, en ropa y, por supuesto, en la comida. Desde que vi esta receta supe que DEBÍA hacerla y hablar, una vez más, de expresionismo abstracto y de su significado, pero me pasa aquí como a veces nos sucede en la cocina: queremos hacer una cosa y acabamos haciendo otra—espero que sea igualmente sabrosa.
Hay mucha gente que ante una obra de Rothko o cualquier de sus compañeros-citemos a otros de mis preferidos, Cy Twombly- afirma poder hacer lo mismo o mejor, la típica frase "esto lo puede hacer hasta un niño pequeño"; pues precisamente por eso no todo el mundo puede llevarlo a cabo. Las pinturas de Rothko me dejan sin palabras, porque las escucho susurrarme. Sí, él, a diferencia de muchos pintores de su época, no grita: nos susurra. Sin duda podría habernos gritado y no le hubieran faltado razones, pero creo que Rothko concita nuestra atención, al menos la mía, hablando en voz baja.
Eso quizás va unido a su aparente sencillez, a la simplicidad (aparente) de sus pinturas, observarlas puede transmitirnos una paz que no esperábamos, que no imaginábamos experimentar. Sobre todo, si hablamos de las obras que realizó en sus últimos meses, justo antes de suicidarse.
Al ver este pastel de queso y remolacha, por supuesto, lo primero que se me vino a la mente fueron algunas de las obras de Rothko. Como ellas, esta es una receta simple que se hace con ingredientes de la tierra, sencillos y nada elaborados y ojalá pueda trasmitirnos la paz de la que hablaba y la nueva forma de mirar al mundo que tiene Rothko. Si lo pensamos, eso si liga la infancia con sus obras: la nueva forma de mirar el mundo, la capacidad de entusiasmarse con unos simples colores.