Recuerdo la primera vez que vi Gandhi, la película de Richard Attenborough: yo era una adolescente y hacía años que la película se había estrenado. Se la debo a mi tío, como tantas otras, quien me la trajo una de esas interminables tardes de verano. Creo que no me levante del suelo, sí el suelo, hasta que aparecieron los créditos en la pantalla.
Me impactó la figura de Mahatma, algo nada complicado: por sus ideas, por su actitud ante la vida, por su personalidad. Su historia es de sobra conocida por todos y no se trata de hacer aquí una semblanza ni de la película, ni del personaje; tampoco, como hacen en muchos institutos, y aunque ayer se celebró el Día de la Paz (se conmemora el aniversario de su asesinato), soltar palomas en libertad, pues las palomas deben ser libres.
El sobrenombre de Mahatma (literalmente «alma grande») se lo puso otro hombre de la India, el gran poeta Rabindranath Tagore. Quizás sí se trata de recordar la forma en que Gandhi se acercaba a los problemas, la manera en que se relacionada con la comida. Gandhi era vegetariano y respetaba enormemente a los animales, una de sus frases más conocidas tiene que ver con ello: «La grandeza de una nación puede ser juzgada por el modo en que tratan sus animales. Yo siento que el progreso espiritual requiere que en algún momento dejemos de matar a nuestras criaturas hermanas para la satisfacción de nuestros deseos corporales». Comer no es exclusivamente un acto humano, faltaría más, pero cuando nosotros lo llevamos a cabo tiene un significado auténticamente humano, y dice cómo somos. Quizás no podamos hacer esto de golpe (se dice con sarcasmo que es más fácil cambiar de religión que cambiar de dieta), pero podemos ponernos en camino, como hizo Gandhi cuando comenzó a encabezar la lucha por la independencia de la India: no fue un camino fácil ni lleno de victorias, pero la independencia acabó, como dijo el propio Mahatma, «cayendo como una fruta madura». Por ejemplo, Safran Foer, autor del libro Comer animales se preguntaba, respecto a su propia tradición, si la comida kosher no implica dejar de comer carne: «Las leyes de Kosher se basan en un vegetarianismo modificado. La Biblia deja claro que en el mundo ideal todo el mundo sería vegetariano. La gente no debe vivir de matar a otro ser vivo con el fin de vivir. En la Torá, el permiso para comer carne es una "exención" o "compromiso" sobre la base del respeto por la vida. Si hay que comer carne, debemos hacerlo con respeto a otros seres en el mundo, con humildad»).Podéis leer un artículo suyo en el New York Times a propósito de este asunto aquí.
Hemos nacido en una época difícil en la que nos vemos sometidos a muchas presiones y nuestro mundo paga, en buena medida, las consecuencias. Quizás no pensamos en las consecuencias; pero si nos paramos unos minutos y meditamos, tal vez podamos comprender que no hacer daño a los animales es un horizonte de esperanza hacia el que debemos movernos. El verde de mi receta quiere apuntar a eso.