El secreto de la femineidad, ¿qué es el secreto de la femineidad? ¿Sentir lo que siento? ¿Estar llena de miedos, inseguridades, frustraciones y deseos?
Como en aquella maravillosa novela de Jeffrey Eugenides, Las vírgenes suicidas, que Sofia Coppola adaptó magistralmente al cine, a veces me pregunto si mucha gente "ha sido alguna vez una niña de trece años" Una niña de trece años que intuye la belleza de la vida, llena de deseos y sueños que cumplir, y sabe ya que no todos le estarán permitidos. Una niña de trece años que descubre la hermosura de la vida, que prefiere ser una belleza absoluta y efímera, una estrella fugaz más que una enorme luna llena.
El libro y la película nos transportan a un mundo delicado, lleno de colores pastel, de suavidad e intimidad. Un mundo en el nadie puede penetrar, sólo conseguimos observarlo desde lejos con una mezcla de atracción y, tal vez, pavor que lo hacen aun más fascinante. Algo así me gustaría conseguir con este helado de pistachos: la suavidad y delicadeza del sabor y del color; la promesa de un esplendor de "caballo de cartón en el baño" como diría don Luis Rosales.
No sé por qué escribo sobre esto; quizás es la sensación que inunda estos días: la avidez de querer algo nuevo cuando acabas de conseguir lo que tanto deseabas, pues estos deseos son efímeros y se agota con una triste rapidez. El deseo de belleza que siempre va conmigo y la impresión de que lo que deseo no es siempre lo que quiero. Muchas veces deseamos tanto la belleza, que somos capaces de soportar lo que esta entraña. Quizás ese es el secreto, pues el deseo de la belleza va más allá incluso del mismo deseo y, por fin, es la belleza la que nos llama siempre a un más allá, a una orilla que sólo intuimos. Y quizás se puede intuir algo de esa extraña dicha con un poco de este helado en nuestros labios.