Hace tiempo que quería ver La noche de Michelangelo Antonioni entre otras cosas porque Enrique Vila Matas siempre dice que quiso ser escritor cuando vio en la película a Marcelo Mastroniani. La he visto este verano, con ocasión de la muerte de Jeanne Moureau. Es una película interesante, sobre todo, porque te lleva a otras historias, a otros libros, a otras realidades.
La historia transcurre en un sólo día de la vida de Giovanni Pontano, un reconocido escritor, y su mujer Lidia. Ambos se encuentran apáticos, aburridos de su vida y de lo que supone esa profesión: presentaciones, actos, invitados, relaciones… en una palabra: apariencias. Lidia se sume en su mundo interior, se hunde en el silencio de la incomunicación que la rodea, algo que podemos contemplar—como metáfora— en el paseo que da sola alrededor de grandes rascacielos y presa de una profunda desolación. Todo esto se expresa y se desvela de manera formidable en los planos angulosos y geométricos y en los gestos y expresiones de los personajes. Lo contrario ocurre con los diálogos, que son una especie de tapadera, de trampantojo para no expresar lo que verdaderamente se piensa. El contraste entre lo que queremos revelar—nuestras palabras—y lo que realmente decimos con nuestros gestos y miradas.
La noche fue rodada en 1961 pertenece a la conocida “trilogía de la incomunicación” del famoso director italiano, junto con La aventura y El eclipse. Las tres ponen el acento en la relaciones personales y el aislamiento en que muchas veces nos encontramos. Describen quizás una sociedad que se está acostumbrando a la palabrería, en la que todo, como dice Jep Gambardella, «está resguardado bajo la cháchara y el ruido» para ocultarnos la realidad de lo que somos, nuestra soledad y, en ocasiones, nuestra miseria
Quizás lo que más me interesa de la película es la forma en que se profundiza en lo importante, en lo que pasa, de manera tangencial y con metáforas fundamentalmente visuales: nada es lo que parece, y si lo parece, posiblemente, no sea verdad. En la cocina puede pasarnos como en la película: bajo una apariencia sencilla descubrimos un gusto de sabores. Y eso intento con esta tarta salada, que también parece algo que no es: base de zanahorias, relleno de anacardos y un pesto que sí es. Y sí, también en la cocina debemos aprender a mirar y a saborear para descubrir cómo son en realidad las cosas.