Hace poco he visto dos películas con muchas conexiones entre sí: una de esas películas es de hace más de cincuenta años; la otra no llega siquiera a los dos. En ambas la protagonista es una mujer solitaria, soltera, madura, independiente, que toma decisiones y hace de su vida lo que quiere. Ninguna de las dos es feliz, ninguna de las dos tiene lo que quiere realmente, ninguna de las dos deja de hacer lo que desea por esa razón.
En la vida a veces nos damos cuenta de que no siempre aquello que creemos nos dará la felicidad total es bueno para nosotros. No siempre lo bueno es lo deseable, en ocasiones—y esto no tiene nada que ver con el masoquismo—necesitamos que algo se nos resista para darnos cuenta de lo que tenemos, también—y esto, evidentemente, es algo peor—de lo que perdimos.
Muchas veces anhelamos algo en la vida, tanto que creemos alcanzar la felicidad cuando lleguemos a tenerlo, pero, paradójicamente en ese momento esta se nos escapa entre los dedos.
Las dos películas de las que hablo son: Locura de verano, de David Lean (1955); la otra, Un sol interior (2018), de Claire Denis (esta segunda es una “interpretación” de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes). Ambas están recogidas en esta receta: la salsa de tomate y el rojo veneciano; la luz del tofu como un sol interior. La tradición y lo novedoso: las dos mujeres unidas también por la alimentación.
No obstante, diría que la verdadera protagonista de cada una de las películas no es una mujer, sino una búsqueda: del amor, del verdadero amor. Supongo que ambas mujeres buscan que la quieran, tener alguien con quien compartir los momentos de sus vidas: felices, infelices, duros y hermosos, hombres que sean “puros y resistentes/terribles, obstinados” como estos hermosos versos de aquel maravilloso poema de Goytisolo. Sin embargo, pienso que se hace difícil y ardua dicha tarea, quizás ellas no sepan que será imposible hallar ese invencible amor incondicional que yo llevo casi veinte años anhelando.
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