A veces para empezar a escribir lo único que necesito es una chispa, un soplo de luz que prenda la mecha. Si eso ocurre, se desbordan las palabras y la ideas, me entusiasmo y no hay quien me pare (me suele pasar con otras cosas de la vida: una vez coges carrerilla…). El otro día la sacudida me alcanzó gracias a un poema de Emily Dickinson que colgó Lorenzo Oliván en su cuenta de Twitter. Me gusta Emily Dickinson, me gusta Lorenzo Oliván, me gustan las cuentas de Twitter que muestran «cosas bonitas», una vez más: «mis cosas bonitas», que pueden no serlo para otras personas. El poema, como mínimo, nos ofrece una reflexión, un tiempo para pensar. No tiene título, sólo aparece un número en el encabezado del mismo: 159.
Un pedazo de pan, un mendrugo, una miga,
una vasija, un poco de confianza,
pueden mantener viva cualquier alma.
Ojo: no corpulenta. Mas respirando cálida y consciente,
como Napoleón
la noche antes de ser coronado.
Un modesto terreno, una fama minúscula,
una breve campaña de penas y alegrías
es ya abundancia y es ya suficiente.
La costa le preocupa al marinero
y al soldado las balas. Pide más
y no desearás más vida que la ajena.
Claro, me han interpelado los versos de esta maravillosa poeta. Me han hecho pararme de repente y hacer esta pregunta: ¿qué le pido a la vida? Como «la Dickinson» yo necesito un poco de alimento para el alma–incluso hubo un tiempo que mantuve una sección fija en este espacio con ese mismo título. Esto es más que hablar de belleza, rodearme de ella, tenerla cerca, luchar por ella. Algo de fe, de esperanza y, al menos, una luz tenue que alumbre mi camino. Por supuesto, algo que llevarme a la boca, como este pan de remolacha, que también tiene algo insustituible e imprescindible: el color. Cocinar, escribir, fotografiar como una manera de ser feliz. Pido a la vida aquello a lo que soy capaz de llegar y no cejar en el intento: no siempre se es capaz de todo a la primera. Caerme, para volver a levantarme cada vez con más fuerza. Salud, sobre todo salud, un racimo de tenaz sensibilidad y un puñado de delicadeza. Domar mi miedo y hacer de él mi valentía. Todo esto y alguna cosa más, que sólo se dice al oído, es lo que le pido a la vida.