La semana pasada se inauguró en la Tate Modern de Londres la primera gran retrospectiva de David Hockney que estará abierta hasta el 29 de mayo (tengo esperanza de poder hacer una escapada para visitarla). Me encanta Hockney porque es un artista con mayúsculas, porque ha sabido reinventarse, porque ha experimentado con diferentes técnicas... y eso es lo que podemos ver en la Tate: toda su obra desde un punto de vista cronológico, desde sus primeras pinturas alrededor de los años 60, hasta las más emblemáticas hechas durante su vida en Los Ángeles o los novedosos retratos hechos con su iPad.
Quizás existe una tendencia a considerar su obra algo superficial: sus piscinas, sus parejas gays..., pero está claro que esto puede suceder por no conocerlo en profundidad, pues es un artista que cuestiona las imágenes, que nos es ingenuo y hace una constante autorreflexión y análisis en sus obras.
Quizás hubiera sido más esperable elegir algunas de sus obras californianas, con sus colores suaves y cierta tendencia pop; pero me he quedado con una imagen más reciente que describe el momento por el que pasamos: El túnel de invierno. La imagen llaman la atención por los colores, por la humedad que transmite; está claro que Hockney ha vuelto a enamorarse de los paisajes de su niñez o quizás es una suerte de nostalgia. El túnel de invierno pertenece a una serie del artista, un pasillo en el campo flanqueado por árboles y arbustos que van cambiado según el paso de las estaciones. El inglés vuelve a la técnica impresionista, pinta del natural haga frío o calor, diluvie o ventee, como su admirado Monet. Y cuando sus ojos se cansan y le fallan, su memoria reconstruye la visión. De forma contemplamos el mundo a través de su mirada y de sus recuerdos; sin duda, nos ofrece lo que tiene delante de su vista, pero tal y como él lo siente para que nosotros podamos sentir el mundo de una manera diferente.
Estamos en un túnel de invierno, y lo mejor, es saber que se acaba, y nos anuncia ya, con una débil luz, su final, la llegada de la primavera. Mientras tanto, y para sentirnos reconfortados y cuidados os propongo un chocolate caliente con remolacha, un producto de la tierra con colores muy parecidos a los de la obra, con dátiles para endulzar de la forma más sana y aportar la energía necesaria combatiendo el frío en este sprint final hacia la primavera.