Un helado para una niña mala

Vegan frozen yogurt

Hace ya unos años que leí Las travesuras de la niña mala , de Mario Vargas Llosa. El libro se publicó en el 2006 y puede que yo lo leyera en 2007, cuando lo encontré en una biblioteca que antes frecuentaba con asiduidad. La novela me enganchó desde el primer capítulo, quedé totalmente atrapada por la historia de la niña mala y el niño bueno, el "pichiruchi". He vuelto en varias ocasiones a la historia, pues aunque no pienso que sea una de las obras maestras de Vargas Llosa,  sí está muy bien escrito y te lleva a planteamientos interesantes.
Nos sumergimos en la historia de Lily, una chica de familia humilde, y  Ricardo;  ambos se conocen durante su infancia en un barrio de Lima. El destino hace que se encuentren en diferentes etapas de su vida: ella, siempre buscando una buena posición social y económica; él, siempre enamorado. El escenario de fondo es variado, desde la revolución cubana, al mayo del 68,  pasando por ciudades como París, Londres, Tokio y Madrid.
La niña mala es eso, una niña que está algo perdida en la vida, ambiciosa, huidiza y enferma de soledad, es, como decía Ayala-Dip, una verdadera heroína de novela decimonónica. Una niña a la que le encantaría este helado de yogur,  sano y vegano, que podría comer todos los días de su vida como si fuera el único capricho que le estuviera permitido.
Vargas Llosa crea una historia rítmica y apasionante que nos mantiene en vela ante el esperado final. Quizás lo que descubrimos en el libro tiene más que ver con las maneras de amar, con cómo cada uno de nosotros queremos de forma diferente y, cómo muchas veces no nos sentimos queridos como nos gustaría, como alguna vez me dijeron. O quizás, esperamos otras cosa en la vida, ¿qué? Igual ese el problema de Ricardo, pero también de la niña mala.
Como digo la historia, aunque apasionada y turbulenta, fluye con facilidad por la forma de escribir del Premio Nobel peruano, por el amor ambiguo y enigmático de la niña mala, por la rendición de ambos; y deja una huella visible a modo de pregunta: ¿no somos demasiados convencionales y apáticos? ¿cómodos, tal vez? ¿acaso no merece la pena jugarse la vida a cambio de poder ser feliz de una vez por todas?