Siempre tenemos suerte

Café gourmand

En el libro que estaba leyendo cuando empecé a escribir esto, el protagonista señala París era una fiesta como uno de sus libros preferidos. Como dice alguien a quien no hace falta nombrar porque ya lo sabe: ¡Cuidado con los signos! Inexplicablemente para mí —porque no tengo explicación de cómo no había leído ese libro antes—lo había terminado justo antes de empezar este. Decidme, por favor, si eso no es un signo.
Mi edición de París era una fiesta es prestada y tiene un encanto especial: es de la colección Biblioteca de Bolsillo de Seix Barral y en el interior encontré un ticket de la librería de El Corte Inglés con fecha nueve de noviembre de 1989. El libro costó 500 pesetas y fue pagado con un billete de 1000. Ese pequeño trozo de papel me ha servido de marcapáginas mientras lo he leído. Ahora, este tícket se ha quedado en las páginas que más me han gustado de la historia: de la 40 a la 42. Sería difícil reproducir ese fragmento aquí, y aun más, intentar contaros la ternura, el entusiasmo y el amor que rezuman esas hojas.
El libro que estoy leyendo ahora (como decía, en el momento de escribir esto) también tiene París como protagonista, quizás un París más pesado, gris y plomizo, pero París. Supongo que necesito tiempo para digerir todo lo que está suponiendo la lectura de esta historia verdaderamente conmovedora.  Me reconozco, como siempre, tratando de aprender, de comprender la manera en que otros responden y dan salida al dolor y al horror. La edición de este otro —del que soy dueña absoluta—también es preciosa, ya sabéis cómo se las gasta Gallimard…
La cuestión es que ambos libros me han hecho pensar y recordar la importancia de vivir con ilusión, de tener algo a lo que agarraros con fuerza, de hacer planes, tener ideas y quererlas compartir con alguien; sin importar lo pobre que seamos, o el dolor por el que hayamos pasado, porque acabamos de comprender que “siempre estamos de suerte”, que siempre vamos a estar de suerte.
El café gourmand es típico de París y toda Francia. Consiste en un espresso acompañado de pequeños dulces típicos de este país. Aquí: éclair, milhojas y macaron. No hace falta salir a cenar fuera, basta con café y unos pastelitos que compartiremos: “estoy hablando de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobre y muy felices”. Y seguimos estando de suerte y lo seguiremos estando toda la vida.